La Controversia de Valladolid y los Derechos Humanos
El día mundial de los Derechos Humanos nos invita a defender la dignidad humana no solo con declaraciones solemnes, sino con la convicción profunda de que toda persona tiene un valor inherente e inalienable, como lo hizo nuestro hermano Bartolomé de las Casas

Todos los seres humanos merecemos vivir en paz, libre y dignamente, merecemos desarrollar todas nuestras potencialidades y ver cubiertas nuestras necesidades básicas; tenemos derecho al trabajo, a circular libremente, a expresar nuestra opinión, a pertenecer a una comunidad, a formar una familia… En la actualidad, estas afirmaciones nos parecen obvias y nos escandaliza cuando los individuos o los estados irrespetan estos principios. Sin embargo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos es fruto de un largo camino de reflexión y de lucha. De hecho, el día de hoy, 10 de diciembre, conmemoramos el día mundial de los DDHH precisamente porque, en esta fecha, en 1948, se aprobó la declaración universal que los establece. Y si lo pensamos bien, esta es una fecha bastante reciente.
Normalmente ubicamos el inicio de la reflexión sobre los DDHH en los inicios de la modernidad, impulsada especialmente por la Ilustración, la “Bill of rigths” (Inglaterra, 1689) y la “Déclaration des droits de l’homme et du citoyen” (Francia, 1789). Sin embargo, mucho antes de que existieran declaraciones universales, ya surgían debates profundos sobre la dignidad de todas las personas. Uno de los momentos más significativos en esta historia es la Controversia de Valladolid (1550–1551), un acontecimiento singular en el que, por primera vez en Occidente, un imperio en pleno proceso de expansión se detuvo para preguntarse públicamente por la humanidad y los derechos de los pueblos sometidos.
La controversia enfrentó a dos figuras fundamentales: Juan Ginés de Sepúlveda, humanista renacentista, y Bartolomé de las Casas, fraile dominico y defensor incansable de los pueblos indígenas. El tema central era teológico y jurídico, pero además, se trataba de una cuestión profundamente ética: ¿poseen los indígenas de América la misma dignidad que los europeos? ¿Tienen derechos propios?
Sepúlveda defendía que la corona española ejercía una “guerra justa” al someter a los pueblos originarios, argumentando que su supuesta “barbarie” justificaba la tutela y dominio español. Su visión, influenciada por Aristóteles, presentaba a los indígenas como inferiores y necesitados de civilización. En claro contraste, Las Casas sostuvo que todos los seres humanos —sin distinción de cultura, religión o desarrollo tecnológico— comparten la misma dignidad y libertad dadas por Dios. Para él, los indígenas eran personas plenamente racionales, con estructuras sociales complejas, capaces de organizarse, creer y gobernarse. De este modo, anticipaba conceptos que hoy damos por evidentes: el valor de cada vida humana, el rechazo a toda forma de esclavitud y el derecho de los pueblos a conservar su cultura. Aunque la controversia no tuvo un “veredicto” formal, su impacto fue enorme y llega hasta nuestros días.
Esta controversia, se desarrolló en el contexto de un debate ético y jurídico animado por la Escuela de Salamanca y los escritos y denuncias de Las Casas, que ya había dado un fruto muy importante: “Leyes Nuevas” de 1542. La Escuela de Salamanca, en la que destacan Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Tomás de Mercado y otros autores, desarrolló algunas ideas que hoy reconocemos como pilares del derecho internacional: la igualdad esencial de todos los pueblos, la limitación moral del poder y la idea de que existen derechos inherentes a cualquier ser humano por el simple hecho de serlo.
Considerada en perspectiva, la Controversia de Valladolid es un antecedente clave en la historia de los derechos humanos. Aunque España no renunció a la colonización, y en ella se cometieron muchísimas injusticias, el debate marcó un hito: por primera vez, un imperio se planteaba una seria reflexión sobre la justificación ética de su actuar, poniendo, de este modo, los fundamentos de lo que posteriormente sería el derecho internacional y los derechos humanos. En un mundo en que parecen incrementarse la discriminación, el racismo y la desigualdad, recordar este episodio nos invita a reconocer que la dignidad humana no nace con las declaraciones modernas, sino con la convicción profunda de que toda persona tiene un valor inherente e inalienable.


